lunes, 27 de agosto de 2012

Santa Maria in Aracoeli al Campidoglio, origen de una advocación universal

Las iglesias particularmente dedicadas a la Virgen en Roma, con la Basílica Patriarcal de Santa María la Mayor a la cabeza, que pasan de las doscientas cincuenta, forman, en expresión del Cardenal Schuster, una red que envuelve la urbe, que le gana el apelativo de Ciudad de María. No se sabe con certeza cuál fue la primera iglesia dedicada a María en la Ciudad Eterna: Santa María in Trastevere, Santa María Antiqua y Santa María la Mayor se disputan ese privilegio que, en cualquier caso, se remonta al menos a la primera mitad del siglo V.
Entre tantas, de diferentes dimensiones e importancia histórica, tiene su lugar propio la Basílica de Santa Maria in Aracoeli al Campidoglio, situada en la Piazza del Campidoglio 4, Rione X Campitelli, 00186 Roma. Es el verdadero corazón de la Roma medieval, por lo que sirvió de sepultura durante aquella época a muchas familias nobles. Por su cercanía al Palacio Senatorio, sede del ayuntamiento romano, ha sido siempre considerada la iglesia municipal del Comune di Roma.
Por su popularidad, hoy sobre todo debida al Santo Bambino, el pequeño Niño del siglo XV de madera de olivo de Jerusalén de sesenta centímetros, y por sus importantes ingredientes históricos, artísticos, religiosos y legendarios es uno de lo monumenos más destacados de Roma. Es uno de los lugares subsidiarios de culto de la Parroquia de San Marco Evangelista al Campidoglio. Está regentada por una comunidad de Menores Observantes. Al convento franciscano, donde está establecida una Curia Provincial, se ingresa por la Scala dell’Arce Capitolina 12. El templo está abierto aproximadamente desde las siete a las doce de la mañana y de las tres y media a las seis y media de la tarde.
Se encuentra en el área del Capitolio, la más pequeña pero la más célebre de las siete colinas de Roma, porque en ella se hallaba el corazón religioso de la ciudad (templos de Júpiter, Juno y Veiovis y el Auguraculum), se celebraba la investidura de los cónsules y los triunfos de los generales invictos. Se alza en el recinto del alcázar o Arx capitolina, altura separada en la Antigüedad por una depresión llamada Asylum, correspondiente a la actual Piazza del Campidoglio, del Saxum o Roca Tarpeya con el Templo de Júpiter Capitolino.
En el 343 a. C. se estableció allí un templo dedicado a Juno en conmemoración de la victoria de Furio Camillo sobre los Aurunci, en el lugar donde habitaba Marco Manlio Capitolino. Adyacente a este lugar sagrado, en época posterior, se estableció la ceca de Roma, por lo que tomo la diosa el apelativo de Moneta.
Al Este, vuelto al Foro, se levantaba el Auguraculum, lugar en que los feciales hacían sus auspicios observando el vuelo y el canto de las aves para decidir cualquier casus belli, declaración de guerra o de paz, y para concertar los tratados. En 1963 se hizo un sondeo arqueológico bajo el altar cosmatesco de la Capilla de Sant Elena y se confirmó que allí estaba ubicado un lugar de culto antiquísimo levantado sobre muros romanos, que podemos identificar con éste. A la altura intermedia de la colina, mirando también al Foro, se encontraba el Tabularium o archivo del Estado, erigido en el año 78 a. C., donde se guardaban también los libros sibilinos.
Algunos hacen remontar la erección de un templo cristiano en este lugar sagrado del paganismo al siglo IV, a iniciativa de Santa Elena, madre del Emperador Constantino, sobre el templo de Juno Moneta. Está claro que ya desde que el cristianismo sale de las catacumbas los lugares de culto cristiano empiezan a sustituir a los templos paganos. Esta tendencia es válida para el culto mariano, como demuestra, además de nuestra iglesia, Santa María Antiqua junto al Templo de Vesta en el Foro en el siglo V y Santa María in Cosmedin sobre el dedicado a Ceres, diosa de las cosechas y de los cereales.

Otros atribuyen la consagración de un templo aquí por San Gregorio I Magno en el 591. La leyenda dice que este Papa sacó en procesión de rogativas el icono de la Virgen que lo presidía en el día de Pascua del año 594 hacia el Vaticano y que en el momento que procesionaba ante el Castillo de Sant’Angelo, voces celestes empezaron a cantar la antífona Regina caeli laetare, alleluja, que se canta en honor de María en el tiempo pascual, por lo que esta inscripción está en letras doradas sobre el altar mayor, y, tras ver a un ángel meter una espada flamígera en su vaina, por lo que un estatua en ese momento remata la mole adriana, la ciudad quedó libre de una terrible plaga.
Los primeros datos históricos, sin embargo, se remontan al año 574, en que era oficiada por el clero bizantino, en una época en que Roma era gobernada por los exarcas de Bizancio. En cualquier caso significa el triunfo del cristianismo sobre el paganismo, al consagrarse a la Madre de Dios un lugar en el que se veneraba a la diosa más importante del panteón romano.
En tiempos del Papa San Gregorio III (731-741) se habla del Monasterio de Santa María Camellaria y de los Santos Juan Bautista y Evangelista. El título de Camellaria es corrupción de Cancellaria, por su vecindad a la prisión instalada en el antiguo Tabularium.
En torno al siglo IX sustituyeron a los monjes griegos los benedictinos. En el 882 y en el 944 se le nombra como Santa María in Capitolio. El Antipapa Anacleto II de’Pierleoni por bula de 1130 confirmó las posesiones capitolinas del monasterio. Una primera iglesia monumental, de estilo románico, se construyó a mediados del siglo XII sobre el área del actual transepto, con fachada al Capitolio y con el altar mayor en la Capilla de Santa Elena, donde era venerada la Virgen Hagiosoritissa, titular de la iglesia, de la que luego hablaremos.
La denominación de Araceli parte de una leyenda difundida en el siglo XII en la famosa guía Mirabilia urbis Romae, de hacia 1140, atestiguada también en el Sermo III in Nativitate Domini del Papa Inocencio III dei conti di Segni (1198-1216), y se impone definitivamente como título de esta iglesia en el siglo XIV, pues así se titula ya oficialmente en 1323. Según ésta, los senadores querían divinizar al Emperador Augusto. Éste se resistió algún tiempo hasta que decidió consultar a la sibila Tiburtina. No olvidemos que la creencia de que las sibilas habían profetizado el ncimiento de Cristo las hicieron muy populares. Ésta pidió tres días de ayuno para contestar, tras los cuales realizó el siguiente oráculo en este lugar: “Signo del juicio, la tierra se bañará de sudor / del cielo vendrá un rey para los siglo futuros / si bien hecho hombre, para juzgar al mundo”.
De repente se abrió el cielo, se inundó de un resplandor grandísimo y tuvo una visión de una bellísima Virgen de pie sobre un altar con un Niño en brazos, mientras oía al mismo tiempo una voz de lo alto: “¡Éste es el altar del cielo, éste es el altar del Hijo de Dios!”. Octavio se postrernó en tierra, contó la aparición a los senadores y mandó erigir allí un altar.
De este relato podemos rastrear dos versiones: una transmitida por fuentes orientales, de los siglos V-VI, y otra de fuentes occidentales, divulgada en el siglo XII. Las orientales hablan de la sibilia Pitia o simplemente de una Sibila, a la que hacen exclamar: “Ésta es una joven Virgen que es altar celeste, y el Niño que tiene en brazos es el Rey del Cielo y de la tierra”, mientras que las occidentales lo atribuyen a la Tiburtina y hacen proceder del cielo el sigiente oráculo: “Este atar es del Hijo de Dios”.
Las fuentes a partir de las cuales se elaboró la leyenda son paganas y cristianas. la IV Égloga de Virgilio habla de la vuelta de la Edad de Oro con la llegada de la prole de una virgen. San Agustín, en De civitate Dei XVIII, 23 recoge un oráculo que refiere a Cristo, atribuido a la sibila Eritrea o a la Cumana, del que procede el de la leyenda del Araceli. En cuanto al rechazo de los honores divinos por Augusto, se registra en Suetonio, De vita Caesarum y en Paulo Orosio, Adversus paganos.
De esta leyenda referida al presente lugar se hacen eco en el siglo XIV el famoso Petrarca (Epistula ad Clementem VI y en la Epistula II, enviada a Giovanni Colonna da San Vito, en sus Familiarum rerum) y su contemporáneo Fazio degli Uberti (Dittamondo).
Algunos autores sugieren que pudo ayudar al cambio de denominación la corrupción del apelativo in Arce, interpretado como in Ar(a)ce(li). Gregorovio señala también la semejanza con aurocoelo, denominación de algunas iglesias, de las que señala una en Pavía.
También la inscripción del altar mayor, que termina: “noscas quod Caesar tunc struxit Octavianus hanc aram celi sacra proles cum patet ei”; aunque celi se refiere a proles, “linaje del cielo”, se uniría por proximidad a la palabra anterior ara(m), “altar”. En última instancia era común en la tradición oriental aplicar a María el epíteto de ara celeste, comparándola místicamente con el altar de los holocaustos y del incienso.
Del nombre de Araceli refiere la tradición que se prendó a principios de 1562, en Roma de misión diplomática, Don Luis Fernández de Córdova y Pacheco, Alcaide de los Donceles, Marqués de Comares y Señor de Lucena, hasta el punto de que decidió encargar una imagen mariana y regresar con ella a España, lo que efectuó en abril de dicho año, implantando así la devoción en la cabeza de su señorío, que se extendió progresivamente a toda la comarca, la campiña cordobesa, hasta ser proclamada en 1954 por el Obispo de Córdoba Albino Menéndez-Reigada Patrona del Campo Andaluz. Tiene su foco devocional, como sabemos, en la ermita de la Virgen en la Sierra de Aras, que gozó de capellanes y ermitaños o Hermanos sirvientes de la Virgen. En 1563 estaba ya establecida una cofradía en su honor que empezó a celebrar la fiesta de la Virgen el primer domingo de mayo.
Volviendo a la historia de este lugar sagrado y de la advocación referida, su periodo de esplendor arranca de la encomienda de la iglesia y el monasterio adyacente por voluntad del Papa Inocencio IV Fieschi a los franciscanos por bula del veintiséis de junio de 1250, que estaban establecidos en Roma desde 1229 en San Francesco a Ripa, en el Trastevere, que los vienen ocupando hasta nuestros días. Tomaron posesión en 1252 y ubicaron allí su Curia Generalicia. Los benedictinos perdieron la abadía sin recibir otro lugar a cambio, por lo que tuvieron que repartirse entre las fundaciones existentes en la ciudad, y tuvieron que abandonar allí todo excepto sus bienes personales y sus vestimentas, según se nos describe en la Bula Iis quae auctoritate, del seis de julio de 1252.
Es sabido que, junto con los dominicos y las restantes órdenes mendicantes, contribuyeron decisivamente a la extensión de la piedad mariana en Occidente. Fueron los teólogos de estas órdenes los que señalaron el culto de hiperdulía para la Virgen, para mostrar su excelencia sobre los santos pero sin menoscabar el culto de latría o adoración debido a la Trinidad.
Se empeñaron en la reconstrucción de la iglesia siguiendo, último caso en Roma, el modelo de las basílicas de la Antigüedad con planta de cruz latina, convirtiéndose el antiguo templo en el transepto del nuevo. Sus tres naves están separadas por veintidós columnas diferentes de mármol y granito que provienen del expolio de edificios paganos, e incorporando elementos góticos.
La tercera de la izquierda lleva en el imoscapo la inscripción: A cubiculo Augustorum, por lo que enlaza con la leyenda sibilina y por lo que algunos han lanzado la hipótesis de la existencia en el Capitolio de un palacio augústeo cuya memoria se ha perdido en la sucesiva estratificación medieval de la zona. El hecho de que ante la fachada de la iglesia benedictina estaba situado un obelisco con dos leones puede tambiñén reforzar esta idea.
Las trazas generales del edificio orientan a su atribución a Arnolfo di Cambio. La iglesia fue consagrada en 1268. Siguieron las obras, que tuvieron su periodo de máximo apogeo en los últimos veinte años del siglo, y que, sin embargo, sufrieron un brusco parón con el desplazamiento de la corte pontificia a Avignon en 1308 y se completó en tono menor en los decenios sucesivos. El pavimento es de estilo cosmatesco, obra muy destacada de los marmolistas romanos de esta época. La sobria fachada actual de ladrillo es del siglo XIII, en la que se abren tres sencillas portadas góticas algo posteriores.
A la intercesión de la Virgen por la plegaria en este templo se atribuyó el cese de la peste que asoló Roma en 1348 tras el terremoto de nueve de septiembre. No podemos dejar de referir que la Virgen de Araceli rivaliza con la de Santa María la Mayor por el título de Salus Populi Romani, “Salvación del Pueblo Romano”, y fue coronada por el Capítulo Vaticano el veintinueve de marzo de 1636.
En acción de gracias se construyó por Lorenzo di Simone Andreozzi, marmolista del Rione Colonna, a expensas del pueblo, la monumental y empinada escalinata de ciento veinticuatro escalones de mármol, procedente de expolios de edificios de la Antigüedad, que conduce a la fachada principal del santuario, que ascendió a la suma de cinco mil florines y que fue restaurada por última vez en 1964.
Su disposición responde a la concepción medieval mística de la matemática: se agrupan en dieciséis series de ocho escalones (los tres primeros han desaparecido al subir el niel de la calle), que componen una auténtica fórmula divina, al englobar los números dos, tres, cuatro, siete, ocho y doce, al ser ocho dos elevado a la tercera potencia y dieciseis dos elevada a la cuarta. Era tradición de las doncellas en busca de marido, de las mujeres sin hijos o sin leche subirla de rodillas. Para el día de Navidad sus escalones son iluminados por candelas.
Esta obra, hecha bajo el gobierno de Cola di Rienzo (1313-1354), que había asumido el gobierno de Roma como Tribuno y Liberador de la Sacra República Romana en 1347, y que acabó con su asesinato aquí mismo, en un revuelta, fue la única obra pública de importancia realizada durante el periodo pontificio aviñonense. Era en primer lugar un espaldarazo al apostolado franciscano en la ciudad, pues la iglesia se comunicaba con el poder temporal del Capitolio y con el poder espiritual del Vaticano.
Además de exvoto, su construcción respondía a un programa ideológico urbanístico, pues esta zona se había convertido en aquella época en el centro político y cultural de la ciudad: anexo al templo había sido constituido un tribunal desde el tercer tercio del siglo XIII por Carlos de Anjou, y en la propia iglesia se reunían hasta el siglo XV los representantes municipales. Así se comunicaba, por medio de la Via Peregrinorum y la Via Papalis con el Vaticano, polo espiritual de la ciudad. Cerca de ella el poeta Petrarca recibió la corona de laurel.
En 1445, habiéndose escindido la Orden de los Menores en Conventuales y Observantes, el Papa Eugenio IV Condulmer la concedió por bula a los segundos, reformados por San Juan de Capistrano, que hasta la actualidad lo habitan. Aquí moraron los famosos predicadores San Bernardino de Siena (+1444), el citado San Juan de Capistrano (+1456), San Diego de Alcalá (+1463), así como el mártir de la China San Juan de Triora (+1816), que ingresó en este convento en 1777 y sus restos reposan en él. Alrededor del 1464 el Cardenal Caraffa rehizo gran parte de la iglesia.
El diez de julio de 1517 el Papa León X de’ Medici la elevó a título cardenalicio y en 1551 el Papa Julio II della Rovere lo hizo definitivamente. Actualmente el titular es Salvatore de Giorgi (nacido en Vernole, Arquidiócesis de Lecce, Italia, el 1930), Arzobispo de Palermo (Italia), creado Cardenal presbítero el veintiuno de febrero de 1998. En la Curia pertenece a las Congregaciones para el Clero y para el Culto Divino y los Sacramentos. Es miembro de los Pontificios Consejos para los Laicos y para la Familia.
En la segunda mitad del siglo XVI se hicieron trabajos de transformación del espacio interior, que englobaron la reedificación del ábside. En 1561 el Papa Pío IV Medici mandó reedificar el ábside y eliminar la schola cantorum. En 1564 se abrió la portada que abre a la Plaza del Capitolio. Los artesonados de casetones de madera dorada y policromada que cubren la nave central y el transepto fueron mandados construir por el Senado Romano entre 1574 y 1580 a Flaminio Bolangier en acción de gracias a la Virgen por la victoria sobre los turcos en la batalla de Lepanto (1571) de las tropas internacionales capitaneadas por Marcantonio Colonna, que en su triunfo en el Capitolio ofrendó a la Virgen de Araceli una columna de plata dorada, emblema de su escudo gentilicio.
La leyenda hace remontar la imagen de Santa María de Araceli, Copatrona de Roma, a San Lucas. La tradición de que el evangelista pintó a la Virgen María se remonta a mediados del siglo VI, pudiéndose enumerar a finales de la Edad Media unas setenta imágenes de la Virgen atribuidas al pincel del evangelista.
En Roma son consideradas tradicionalmente Madonna di San Luca: la Madonna del Rosario de San Sisto, de las dominicas del Monte Mario; la Salus Populi Romani, de Santa María la Mayor; Santa María de los Mártires, del Pantheon; la de San Alessio; la de la Iglesia del Santissimo Nome di Maria, en el Foro de Trajano; Nuestra Señora de las Gracias, en la Iglesia de la Consolazione; la Madonna de San Ambrosio; Nuestra Señora del Campo Marzio y la Madonna del Aracoeli.
Tres son los tipos fundamentales transmitidos por los iconos lucanos: dos de ellos representan a la Madre de Dios con el Niño, uno llamado hodigitria, pues sostiene a su Hijo con una mano y con la otra lo indica como camino, y otro, Eleúsa o Virgen de la Ternura, pues las caras de ambos están pegadas, y el tercero, a la Virgen sola en actitud de súplica, de intercesión ante su Hijo, tipo al que pertenece la que que es motivo de nuestro comentario. Uno de sus iconos más influyentes que sirvieron como prototipo de este modelo iconográfico, hoy perdido, era el de la Hagiosoritissa o de Calcopatria o Calcopratissa, de Constantinopla.
Se ha discutido mucho si ésta de Araceli, como la de la Clemenza en Santa Maria in Trastevere o la Salus Populi Romani de Santa María la Mayor, son originales bizantinos de fines de la Alta Edad Media u originales romanos posteriores. Lo cierto es que ya es conocida a mediados del siglo X. El icono mariano de Santa María in Via Lata al Corso es una imitación de la segunda mitad del siglo XIII de la que estamos comentando, firmada por Petrus pictor.
Otros iconos del mismo modelo en Roma son la Madonna de Santa María del Rosario, en la Via Trionfale (siglo VII); la Virgen de Edesa de Sant’Alessio al Aventino (siglo XII), en capilla erigida por cierto por el Rey Carlos IV de España; la de la Capilla de la Concepción en San Lorenzo in Damaso (siglo XII), o la Madonna Avvocata de Santa María in Campo Marzio (siglos XII-XIII).
María aparece de medio cuerpo, ligeramente vuelta a la derecha, cubierta con el omophorion, largo manto oscuro a modo de palla o capa, que cubre la cabeza, rematado en un galón dorado y decorado con cruces griegas áureas, que deja solo ver el cuello y las mangas de la túnica. Presenta una mirada frontal, fija en el fiel, y alza expresivamente la mano derecha en actitud orante.
Se trata de una derivación de la deésis, en la que aparece Cristo Juez flanqueado por la Virgen, que representa a la Iglesia, y por el Bautista, el Precursor, que representa al Antiguo Testamento, como intercesores. En estas representaciones de María orante aparece esta por primera vez sola, desvinculada del Hijo y del contexto bíblico.
El altar donde se encuentra actualmente la Madonna de Aracoeli, de mármoles de colores, es típicamente manierista, obra de finales del siglo XVI. Primitivamente se encontraba en el tabernáculo mandado construir por el Antipapa Anacleto II (1130-1134) en el lugar de la actual Capilla Santa o de Santa Elena, templete circular de la parte izquierda del transepto, levantado sobre el antiguo altar medieval que, según la leyenda, fue construido por el Emperador augusto tras la visón arriba citada. Fue trasladada por el Papa Pío IV al altar mayor en 1565, para reemplazar la Madonna de Foligno de Rafael (1511-12), actualmente en la Pinacoteca Vaticana. En 1689 se realizó una redecoración integral barroca.
En el último tercio del siglo XIX corrían años difíciles para el Papado. Era un tiempo de purificación y de adaptación a la era contemporánea, que suponía la liquidación del poder temporal pontificio, que se consuma con la toma de Roma por las tropas saboyanas en 1870. En estas circunstancias de cambio traumático, el Papa Beato Pío IX Mastai-Ferretti recomendó, a través del Cardenal Vicario Patrizi, la visita diaria, según un turno mensual establecido, de las imágenes marianas más celebres de Roma, práctica piadosa que había sido propagada por los jesuitas desde finales del siglo XVII. A Santa María in Araceli le correspondía el día siete.
Habiendo sido despojada por las tropas napoleónicas en 1797, fue nuevamente coronada de manera solemne el diecisiete de junio de 1938. Por último, debido a su vinculación con el ayuntamiento de Roma, fue allí donde el treinta de mayo de 1940 el Alcalde de la ciudad, el Sindaco, consagró la urbe al Corazón Inmaculado de María con la presencia de una muchedumbre de cien mil personas.

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